Ya nadie niega en Cuba que mil novecientos diecisiete fue el año de los grandes emprendimientos por la radio. Y ese año, y muchos otros, hay que agradecerlos a la figura de Manolín, el emigrante asturiano que se fue a La Habana un día y nunca volvió.

 

Al llegar a La Habana de 1905, vivió en Tiscornia la cruenta página de la leyenda negra de la inmigración. A lo largo del camino toreó el chantaje y las incomprensiones de petulantes cuando pretendió enseñar la radio como un invento humano, “lo mas humano que se ha hecho”. Manolín Álvarez pasó amarguras de todo tipo en el gran ruedo de la vida que le tocó.

En 1917 transmitió las primeras señales y en 1920 ya estaba en posesión de la primera estación de radiotelefonía de Cuba: la 6EV desde  Caibarién, a la que luego sucedieron 6LO y CMHD, sin contar los lugares adonde llegó su impronta de genuino forjador de las ondas.